Cuando
el famoso poeta alemán Goethe, una de las mayores figuras del romanticismo
llegó a Roma a fines del siglo XVIII estaba exhausto, falto de imaginación,
cansado, por ello buscaba aquí el reposo y la creatividad propia de su oficio,
lo consiguió.
Paseando
por la ciudad eterna en compañía de otros poetas y pintores fue otra vez
inspirado por las musas, se reencontró consigo mismo: “Solo en Roma he podido
reencontrarme. Por primera vez me he sentido en franca armonía con mi mismo,
feliz…”
Nada
más romántico que un paseo por un jardín, de los muchos que hay en Roma hoy me
centró en uno de los más antiguos y desde luego el primer huerto botánico del
mundo occidental, los huertos Farnesianos, “Horti Palatini Farnesiorum”.
“Estaba
dicho lugar sobre una pequeña colina (…); en cuya cima había una villa con un
hermoso y amplio patio central, con pórticos y
con salas y alcobas a cual más bella y decorada con agradables pinturas
dignas de admiración, con pequeños prados y con maravillosos jardínes y con
pozos de agua fresquísima y con bodegas de preciados vinos: cosas más propias
de refinados bebedores que de sobrias y honestas damas”.
Estas
líneas pertenecen al Decamerón de G. Boccaccio
iniciado en 1348, ya entonces se perfila en pocas palabras el modelo de
jardín italiano. La villa es una finca rústica rodeada de prados y jardínes
pero Boccaccio ya apunta a la nueva finalidad en tiempos modernos, servir de
ociosidad del propietario y a los placeres cortesanos de sus invitados.
En
la colina del Palatino donde se instalaron los emperadores destacó por su
tamaño la Domus Tiberina, este amplio recinto constaba de diferentes estancias,
bibliotecas, archivos, etc.
Sin
embargo coexistía con otros palacios y dependencias por ello incluso se
horadaron túneles para comunicar los diferentes espacios.
En
el siglo VIII d. C. la antigua Domus Tiberiana fue la residencia del Papa Juan VII, sin embargo
en el siglo X la zona queda prácticamente abandonada, de forma que fue
expoliada, o bien se aprovecharon distintos materiales para otras
construcciones (palacios, torres, etc.), la colina fue también ambiciona por diferentes campesinos para ponerla en
cultivo. Por fin ya en el siglo 16 la poderosa familia Farnese se adueñó del montículo, será el Cardenal
Alejandro Farnese, nieto de Pablo lll
quién en 1565 dio el visto bueno a la realización de lo que se conocería
como “horti Palatini Farnesiorum”.
El
objetivo era relacionarse con la grandeza del Imperio Romano, no fue casual que
esta notable familia del Renacimiento eligiese para su propio fin
propagandístico la antigua morada de los emperadores. La terraza del antiguo
palacio de Tiberio descendía por la colina hacia los foros, y ya desde la
antigüedad en aquel desnivel se ubicaban los jardines donde paseaban los miembros
de las diferentes dinastías: Julio-Claudios, Flavios o Antoninos.
Alejandro
Farnese ordenó sepultar con tierra los restos de las antiguas ruinas y de los
jardines, que por aquel entonces regentaban libremente los campesinos romanos.
Vignola,
G. Duca y más tarde Rainaldi (siglo XVII) trazaron el proyecto de los nuevos
jardines en la ladera del Palatino con vistas a los foros, los jardines de los
Farnesio debían erigirse en ese lugar por encima de los demás templos, jardines y palacios romanos romanos clásicos.
Los trabajos de construcción se concluyeron
en el año 1573.
El
primer criterio para renovar la concepción del jardín fue el coleccionistico
donde estuvieran presentes todo tipo de plantas y especies especialmente
exóticas procedentes del nuevo mundo, del continente americano. Por todo ello
más que un jardín se trataba de un verdadero huerto, allí se cultivaron por
primera vez en Europa los tomates, pimientos o el higo indiano.
El
complejo se disponía en tres terrazas conectadas por escalinatas y rampas hasta
alcanzar en la parte superior dos gigantescas jaulas donde numerosas especies
de pájaros pondrían la nota sonora a aquel paraíso terrenal.
El agave, la yuca,
la pasiflora, la acacia y otras especies ajenas al viejo continente dieron su
nota de color a este reino de la naturaleza donde estatuas y fuentes
conformarían, al cromatismo del paisaje creado por flores y piedras, una
atmosfera relajada y bucólica. Los setos de boj, las balaustradas adornadas con
jarrones de terracota, las grutas y las construcciones menores se unieron en un
todo homogéneo que perfilaba de un modo admirable la ladera de la montaña.
Las
eras geométricas con flores, los pequeños bosquetes, los surtidores y las
escaleras de agua dieron lugar a un nuevo tipo de jardín a modo de escenario.
Allí se darían citas galantes, reuniones secretas, meriendas, fuegos
artificiales, lecturas relajadas y muy especialmente la contemplación de vistas magnificas desde los
diversos miradores. Una de las rampas atraviesa el Ninfeo della Pioggia (una
sala semienterrada pintada y con una fuente de piedras desgastadas por el
tiempo) donde el recorrido alcanzaba un teatro con una gran fuente.
Lamentablemente
de aquel lujo es muy poco lo verdaderamente original que se ha conservado, los
jardines que observó Goethe eran ya diferentes a los originales. Ha sido
imposible su recuperación, por ello el
jardín actual es de principios del siglo XX.
Carlos
III de Borbón, el último Farnese por parte de su madre y rey de Nápoles y más
tarde de España vació de obras de arte
el complejo y las trasladó a su reino al sur de la península italiana. Después
hubo un nuevo período de abandono y los campesinos romanos volvieron a ocupar
este pedazo de tierra tan céntrico. Finalmente Napoleón III de Francia compró
el recinto, sin embargo apenas lo disfrutó, la unificación italiana estaba ya en
marcha por ello lo revendió al gobierno en 1870.
El
arqueólogo Giacomo Boni estructuro un nuevo jardín en estilo italiano tras las
excavaciones de las ruinas del Palatino. El en jardín actual se plantaron
cipreses, laureles y camelias, conservándose algunas especies que ya florecían
antes, cerezos, manzanos, buganvillas, mandarineros, ect.
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