viernes, 31 de enero de 2020

El Laocoonte y sus hijos


Visitar Roma ofrece múltiples atractivos culturales uno de ellos, a veces descuidado por los turistas, es valorar la grandísima riqueza escultórica que ofrece esta ciudad. Son muchos los museos que atesoran este patrimonio. Uno de ellos alberga una amplísima colección de esculturas que van desde pequeños bustos hasta grandes grupos escultóricos.
Si eres aficionado a la escultura, no puedes perderte el Museo Pio Clementino. En cualquier caso, al ser el complejo dentro de los Museos, ¡será difícil no notarlo! El museo, fundado por el papa Clemente XIV en 1771, fue ampliado por su sucesor, el papa Pío VI, para recoger las obras maestras griegas y romanas más importantes conservadas en el Vaticano.




El museo es parte de lo que conocemos como los "Museos Vaticanos" y consta de 12 salas y alberga obras importantes de los períodos griego y romano.
En el patio octogonal, entre las estatuas más famosas que puedes ver está el Apolo del Belvedere, una copia romana del siglo II d. C. de un original griego en bronce, de Leocares (330-320 a. C.), ubicado en el ágora de Atenas. Aquí también está el famoso grupo Laocoonte, una copia romana del siglo I DC. de un original griego en el siglo II aC bronce C., encontrado en Roma en Monte Esquilino en 1506, y comprado por el papa Julio II y Perseo con la cabeza de Medusa por Antonio Canova (1800-1801).
Entre las otras salas importantes que forman parte del Museo Pio Clementino, mencionamos la Sala degli Animali, la Galleria dei Candelabri, la Sala Rotonda, la Sala delle Muse y la Galleria delle Statue.
En esta entrada nos vamos a centrar en una obra  fascinante desde todos los puntos de vista y nunca mejor dicho.
Aquellos antiguos escultores griegos pusieron las bases para los grandes genios de la escultura, desde Donatello, Miguel Ángel, Bernini hasta Canovas o Rodin. La última gran etapa del arte griego es la conocida como Helenistica.
El estilo helénico comenzó desde finales del siglo IV hasta la era imperial romana, en ese momento muchas de las obras de arte griegas importantes pertenecen a este período. El altar de Pérgamo, el Laocoon y sus hijos, la Venus de Milo, la victoria de Samotracia, etc.). Un enfoque estético diferente y descubrimientos recientes, como las tumbas de la virgen, han permitido una mejor comprensión de la riqueza artística de esta época.
Durante el período helenístico hubo una gran demanda de obras de arquitectura, escultura y pintura, los grandes gobernantes tuvieron una gran competencia entre ellos con el deseo de embellecer sus ciudades. Los mejores clientes de la época fueron los reyes y los burgueses. Otro hecho importante de esta época fue el sentido de urbanización que proporcionó grandes demandas artísticas. El arte helenístico triunfó y se extendió por todo el universo helénico.
El estilo helénico comenzó desde finales del siglo IV hasta la época imperial Romana, en esta época muchas de las importantes obras de arte griego pertenece a este periodo. El altar de Pergamo, el Laocoonte y sus hijos, la venus de milo, la victoria de samotracia, etc.). Un diferente enfoque estético y descubrimientos recientes, como los tumbas de vergina, han permitido una mejor comprensión de la riqueza artística de esta época.
Durante el periodo helenístico hubo una gran demanda en obras de arquitectura, escultura y pintura, los grandes gobernantes tenían una gran competencia entre ellos con el afán de embellecer sus ciudades. Los mejores clientes de ese entonces fueron los Reyes y los burgueses. Otro hecho importante de este tiempo fue el sentido de urbanización que proporciono grandes solicitudes artísticas. El arte helenístico triunfo y se extendió por todo el universo helénico.

Las características generales de la escultura helenística vienen dadas principalmente por las novedades técnicas e iconográficas que incorporan. A grandes rasgos son las siguientes: desaparición de la ley de la frontalidad, aparición de la figura serpentinata (torsión de los cuerpos y los grupos), realización de grupos escultóricos y no solo de esculturas individuales, representación de todas las clases sociales y edades humanas, no solo a jóvenes o dioses y aparición de la alegoría como tema.




En algunas de estas obras es posible identificar una fuerte carga psicológica, escenas en ocasiones dramáticas con un “pathos” y un realismo de gran perfección.
El “Laocoonte y sus hijos” es considerado uno de los grandes grupos escultóricos de todos los tiempos, siendo una opera en 3D, es decir, se puede contemplar desde cualquier punto de vista. Quien tenga la fortuna de visitar esta obra podrá girar en torno a la misma en sus 360 grados como sucede en la propia realidad.
Esta extraordinaria obra maestra mide 242 cm de altura y está elaborado en un valioso mármol, cuya superficie está muy elaborada y alisada (un “troppo finito”) al objeto de capturar mejor la luz y jugar con sus claroscuros.





Es necesario resaltar que se trata de una copia romana, ya que el original griego era sin embargo una obra en bronce.
El mármol permite que la luz refleje de manera que se suavizan las sombras de la iluminación ambiental. Por otra parte la composición estructural de la obra y su dinamismo crean de por sí una sensación inequívoca de efecto dramático.
Un aspecto que no pasa desapercibido es el movimiento representado, la posición de los personajes con un precario equilibrio causado por el brutal ataque del monstruo  marino. El personaje principal tiene una posición oblicua y tendente hacia su derecha, la izquierda del observador.
Si se mira con atención la obra quizás podamos sentir la fuerte emoción del momento inmortalizado, el instante que captura la agonía de unos personajes.  Nuestra condición humana nos lleva a empatizar con estos “sufridores” que además transmiten su horror de un modo absolutamente realístico.




El sacerdote Laocoonte está sentado en una especie de altar e intenta liberarse de la agresiva serpiente.
Laocoonte se retuerce en un esfuerzo inhumano mientras la serpiente además de inmovilizarlo le muerden su cadera izquierda, su agresividad se representa en modo sublime.
El hijo sentado a la izquierda del espectador parece ya privado de vida mientras el que se encuentra al otro lado intenta soltarse de la asfixiante embestida de la serpiente.
Este grupo escultórico representa un famoso episodio che sucedió durante la larga guerra contada por Homero y que terminada con el asedio de Troya.




Laocoonte era el nombre de una especie de profeta troiano durante el asedio a la ciudad por parte de los soldados aqueos, donde destaca el astutísimo Ulises que más tarde hizo construir el conocido caballo en madera.
La legenda narra que el sacerdote a través de una visión en sus sueños fue advertido del tremendo engaño que los aqueos y Ulises habían urdido. El gigantesco caballo de Troya simbolizaba un regalo que los griegos dejaban en la playa a los troyanos. Por ello Laocoonte trató por todos los medios convencer a sus conciudadanos de que no se confiaran.
Por desgracia para los asediados, la diosa Atenea vió a los griegos con buenos ojos y los favoreció. Decidió entonces enviar al monstruo marino, emergido del mar, y acallar a Laocoonte.
La escultura que nos ocupa describe en modo detallado y fotográfico aquel terrible momento de la agresión por parte de la potente y bélica serpiente enviada por la diosa de la guerra.
Laocoonte y sus hijos están representados con una naturalidad extrema, sus caras de horror y sus esfuerzos nos hacen intuir el complejo y trágico momento, adivinar el desenlace.






Si después de observar los rostros cerramos los ojos casi podemos escuchar los gritos de horror, propios de quién ya tiene señalado su destino. Sin embargo los músculos tensos y las caras  de esfuerzo nos revelan los intentos de liberarse de la opresión, la pelea por quitarse de encima la feroz serpiente.
Una de las cosas que más sorprenden es el hijo que aparece a nuestra izquierda, este efebo ya no parece demostrar mucha resistencia, parece ya entregado, extasiado se ha abandonado a su trágico destino.
El dolor humano es el epicentro de esta obra, el pathos, sin renunciar al dinamismo y a la energía desplegada en los otros dos protagonistas. El naturalismo además de la musculatura destaca en los rostros, la barba, las cejas arqueadas, la nariz dilatada o la frente arrugada.
Volviendo a la estructura de la obra, cabe apuntar su ligera disimetría y en especial las dos diagonales resueltas por los artistas de forma excepcional. Una  diagonal parte de la vestimenta del hijo a nuestra derecha y pasando por un muslo finaliza en el brazo derecho del padre. Sin embargo, en paralelo, hay otra diagonal que partiendo de la cabeza de Laocoonte sigue por su brazo izquierdo, la serpiente, hasta el tórax del hijo.

La diagonal ha sido siempre un recurso para obtener más dramatismo, de hecho en el barroco será una opción muy extendida, especialmente en la pintura. Basta recordar la tragedia pintada por Ribera que supone el “Martirio de San Felipe”.






Es posible que las palabras no basten para describir esta obra maestra que inspiro a otros genios y muy especialmente al inalcanzable Miguel Ángel. Quién en su juventud estuvo presente en la excavación y hallazgo de la obra en 1506 y quedo alucinado  por su perfección y belleza.
Muchas de las características de la escultura de Miguel Ángel toman sus nociones de esta obra, el dinamismo, la potente musculatura, la preferencia por los cuerpos masculinos, la fuerza y la “terribilità” en los rostros y los gestos.







El Laocoonte muestra una potente tendencia en su expresividad, es exactamente este recurso junto a los cuerpos inestables la gramática manierista exhibida por M. Ángel en la recta final del Renacimiento en toda la estatuaria barroca.





Así pues, la importancia de esta obra cubre los siguientes 20 siglos. Esta maravilla de la técnica está custodiada en los Museos Vaticanos y según algunos escritos de Plinio fue realizada en mármol en la isla de Rodi y llevada a Roma.
Un tal Felice de Fredis encontró la escultura en sus terrenos en 1506 en la colina Oppio, muy cerca del actual Coliseo.
Esta coincidencia lo sitúa muy cerca de la desaparecida Domus Aurea de Nerón, ello indicaría que el emperador fue propietario del “Laocoonte y sus hijos” al menos durante un periodo.
Agesadro, Atanodoro y Polidoro, todos de Rodi son los artistas a quienes se atribuye la obra original. Plinio contó haber visto esta obra en la mansión del emperador Tito.
En el año del descubrimiento, el Papa Giulio II hizo colocar la obra en el patio de las estatuas de forma octogonal proyectado por otro genio, Bramante, para acoger a las esculturas antiguas de propiedad vaticana.
El patio que se encuentra en el interior del jardín del Beldevere representa el núcleo original de los Museos Vaticanos.
La obra se convirtió con rapidez en una gran atracción junto al “Apolo del Belvedere”. Con la invasión napoleónica y por el Tratado de Tolentino entre la República de Francia y el Estado Vaticano en 1798 la escultura fue trasladada al museo del Louvre de París. Por fortuna para los romanos, el posterior Tratado de Viena en 1815 y la caída de Napoleón facilitó el regreso del “Laocoonte” a Roma donde otro genio Antonio Canova la restauró.