Visitar Roma ofrece múltiples atractivos
culturales uno de ellos, a veces descuidado por los turistas, es valorar la
grandísima riqueza escultórica que ofrece esta ciudad. Son muchos los museos
que atesoran este patrimonio. Uno de ellos alberga una amplísima colección de
esculturas que van desde pequeños bustos hasta grandes grupos escultóricos.
Si eres aficionado a la escultura, no puedes
perderte el Museo Pio Clementino. En cualquier caso, al ser el complejo dentro
de los Museos, ¡será difícil no notarlo! El museo, fundado por el papa Clemente
XIV en 1771, fue ampliado por su sucesor, el papa Pío VI, para recoger las
obras maestras griegas y romanas más importantes conservadas en el Vaticano.
El museo es parte de lo que conocemos como
los "Museos Vaticanos" y consta de 12 salas y alberga obras
importantes de los períodos griego y romano.
En el patio octogonal, entre las estatuas más
famosas que puedes ver está el Apolo del Belvedere, una copia romana del siglo
II d. C. de un original griego en bronce, de Leocares (330-320 a. C.), ubicado
en el ágora de Atenas. Aquí también está el famoso grupo Laocoonte, una copia
romana del siglo I DC. de un original griego en el siglo II aC bronce C.,
encontrado en Roma en Monte Esquilino en 1506, y comprado por el papa Julio II
y Perseo con la cabeza de Medusa por Antonio Canova (1800-1801).
Entre las otras salas importantes que forman
parte del Museo Pio Clementino, mencionamos la Sala degli Animali, la Galleria
dei Candelabri, la Sala Rotonda, la Sala delle Muse y la Galleria delle Statue.
En esta entrada nos vamos a centrar en una
obra fascinante desde todos los puntos
de vista y nunca mejor dicho.
Aquellos antiguos escultores griegos pusieron
las bases para los grandes genios de la escultura, desde Donatello, Miguel
Ángel, Bernini hasta Canovas o Rodin. La última gran etapa del arte griego es
la conocida como Helenistica.
El estilo helénico comenzó desde finales del
siglo IV hasta la era imperial romana, en ese momento muchas de las obras de
arte griegas importantes pertenecen a este período. El altar de Pérgamo, el
Laocoon y sus hijos, la Venus de Milo, la victoria de Samotracia, etc.). Un
enfoque estético diferente y descubrimientos recientes, como las tumbas de la
virgen, han permitido una mejor comprensión de la riqueza artística de esta
época.
Durante el período helenístico hubo una gran
demanda de obras de arquitectura, escultura y pintura, los grandes gobernantes
tuvieron una gran competencia entre ellos con el deseo de embellecer sus
ciudades. Los mejores clientes de la época fueron los reyes y los burgueses.
Otro hecho importante de esta época fue el sentido de urbanización que
proporcionó grandes demandas artísticas. El arte helenístico triunfó y se
extendió por todo el universo helénico.
El estilo helénico comenzó desde finales del
siglo IV hasta la época imperial Romana, en esta época muchas de las
importantes obras de arte griego pertenece a este periodo. El altar de Pergamo,
el Laocoonte y sus hijos, la venus de milo, la victoria de samotracia, etc.).
Un diferente enfoque estético y descubrimientos recientes, como los tumbas de
vergina, han permitido una mejor comprensión de la riqueza artística de esta
época.
Durante el periodo helenístico hubo una gran
demanda en obras de arquitectura, escultura y pintura, los grandes gobernantes
tenían una gran competencia entre ellos con el afán de embellecer sus ciudades.
Los mejores clientes de ese entonces fueron los Reyes y los burgueses. Otro
hecho importante de este tiempo fue el sentido de urbanización que proporciono
grandes solicitudes artísticas. El arte helenístico triunfo y se extendió por
todo el universo helénico.
Las características generales de la escultura
helenística vienen dadas principalmente por las novedades técnicas e
iconográficas que incorporan. A grandes rasgos son las siguientes: desaparición
de la ley de la frontalidad, aparición de la figura serpentinata (torsión de
los cuerpos y los grupos), realización de grupos escultóricos y no solo de
esculturas individuales, representación de todas las clases sociales y edades
humanas, no solo a jóvenes o dioses y aparición de la alegoría como tema.
En algunas de estas obras es posible
identificar una fuerte carga psicológica, escenas en ocasiones dramáticas con
un “pathos” y un realismo de gran perfección.
El “Laocoonte y sus hijos” es considerado uno
de los grandes grupos escultóricos de todos los tiempos, siendo una opera en
3D, es decir, se puede contemplar desde cualquier punto de vista. Quien tenga
la fortuna de visitar esta obra podrá girar en torno a la misma en sus 360
grados como sucede en la propia realidad.
Esta extraordinaria obra maestra mide 242 cm
de altura y está elaborado en un valioso mármol, cuya superficie está muy
elaborada y alisada (un “troppo finito”) al objeto de capturar mejor la luz y
jugar con sus claroscuros.
Es necesario resaltar que se trata de una
copia romana, ya que el original griego era sin embargo una obra en bronce.
El mármol permite que la luz refleje de
manera que se suavizan las sombras de la iluminación ambiental. Por otra parte
la composición estructural de la obra y su dinamismo crean de por sí una
sensación inequívoca de efecto dramático.
Un aspecto que no pasa desapercibido es el
movimiento representado, la posición de los personajes con un precario
equilibrio causado por el brutal ataque del monstruo marino. El personaje principal tiene una
posición oblicua y tendente hacia su derecha, la izquierda del observador.
Si se mira con atención la obra quizás
podamos sentir la fuerte emoción del momento inmortalizado, el instante que
captura la agonía de unos personajes.
Nuestra condición humana nos lleva a empatizar con estos “sufridores”
que además transmiten su horror de un modo absolutamente realístico.
El sacerdote Laocoonte está sentado en una
especie de altar e intenta liberarse de la agresiva serpiente.
Laocoonte se retuerce en un esfuerzo inhumano
mientras la serpiente además de inmovilizarlo le muerden su cadera izquierda,
su agresividad se representa en modo sublime.
El hijo sentado a la izquierda del espectador
parece ya privado de vida mientras el que se encuentra al otro lado intenta
soltarse de la asfixiante embestida de la serpiente.
Este grupo escultórico representa un famoso
episodio che sucedió durante la larga guerra contada por Homero y que terminada
con el asedio de Troya.
Laocoonte era el nombre de una especie de
profeta troiano durante el asedio a la ciudad por parte de los soldados aqueos,
donde destaca el astutísimo Ulises que más tarde hizo construir el conocido
caballo en madera.
La legenda narra que el sacerdote a través de
una visión en sus sueños fue advertido del tremendo engaño que los aqueos y
Ulises habían urdido. El gigantesco caballo de Troya simbolizaba un regalo que
los griegos dejaban en la playa a los troyanos. Por ello Laocoonte trató por
todos los medios convencer a sus conciudadanos de que no se confiaran.
Por desgracia para los asediados, la diosa
Atenea vió a los griegos con buenos ojos y los favoreció. Decidió entonces
enviar al monstruo marino, emergido del mar, y acallar a Laocoonte.
La escultura que nos ocupa describe en modo
detallado y fotográfico aquel terrible momento de la agresión por parte de la
potente y bélica serpiente enviada por la diosa de la guerra.
Laocoonte y sus hijos están representados con
una naturalidad extrema, sus caras de horror y sus esfuerzos nos hacen intuir
el complejo y trágico momento, adivinar el desenlace.
Si después de observar los rostros cerramos
los ojos casi podemos escuchar los gritos de horror, propios de quién ya tiene
señalado su destino. Sin embargo los músculos tensos y las caras de esfuerzo nos revelan los intentos de
liberarse de la opresión, la pelea por quitarse de encima la feroz serpiente.
Una de las cosas que más sorprenden es el
hijo que aparece a nuestra izquierda, este efebo ya no parece demostrar mucha
resistencia, parece ya entregado, extasiado se ha abandonado a su trágico
destino.
El dolor humano es el epicentro de esta obra,
el pathos, sin renunciar al dinamismo y a la energía desplegada en los otros
dos protagonistas. El naturalismo además de la musculatura destaca en los
rostros, la barba, las cejas arqueadas, la nariz dilatada o la frente arrugada.
Volviendo a la estructura de la obra, cabe
apuntar su ligera disimetría y en especial las dos diagonales resueltas por los
artistas de forma excepcional. Una
diagonal parte de la vestimenta del hijo a nuestra derecha y pasando por
un muslo finaliza en el brazo derecho del padre. Sin embargo, en paralelo, hay
otra diagonal que partiendo de la cabeza de Laocoonte sigue por su brazo
izquierdo, la serpiente, hasta el tórax del hijo.
La diagonal ha sido siempre un recurso para
obtener más dramatismo, de hecho en el barroco será una opción muy extendida,
especialmente en la pintura. Basta recordar la tragedia pintada por Ribera que
supone el “Martirio de San Felipe”.
Es posible que las palabras no basten para describir
esta obra maestra que inspiro a otros genios y muy especialmente al
inalcanzable Miguel Ángel. Quién en su juventud estuvo presente en la
excavación y hallazgo de la obra en 1506 y quedo alucinado por su perfección y belleza.
Muchas de las características de la escultura
de Miguel Ángel toman sus nociones de esta obra, el dinamismo, la potente
musculatura, la preferencia por los cuerpos masculinos, la fuerza y la
“terribilità” en los rostros y los gestos.
El Laocoonte muestra una potente tendencia en
su expresividad, es exactamente este recurso junto a los cuerpos inestables la
gramática manierista exhibida por M. Ángel en la recta final del Renacimiento
en toda la estatuaria barroca.
Así pues, la importancia de esta obra cubre
los siguientes 20 siglos. Esta maravilla de la técnica está custodiada en los
Museos Vaticanos y según algunos escritos de Plinio fue realizada en mármol en
la isla de Rodi y llevada a Roma.
Un tal Felice de Fredis encontró la escultura
en sus terrenos en 1506 en la colina Oppio, muy cerca del actual Coliseo.
Esta coincidencia lo sitúa muy cerca de la
desaparecida Domus Aurea de Nerón, ello indicaría que el emperador fue
propietario del “Laocoonte y sus hijos” al menos durante un periodo.
Agesadro, Atanodoro y Polidoro, todos de Rodi
son los artistas a quienes se atribuye la obra original. Plinio contó haber
visto esta obra en la mansión del emperador Tito.
En el año del descubrimiento, el Papa Giulio
II hizo colocar la obra en el patio de las estatuas de forma octogonal proyectado
por otro genio, Bramante, para acoger a las esculturas antiguas de propiedad
vaticana.
El patio que se encuentra en el interior del
jardín del Beldevere representa el núcleo original de los Museos Vaticanos.
La obra se convirtió con rapidez en una gran
atracción junto al “Apolo del Belvedere”. Con la invasión napoleónica y por el
Tratado de Tolentino entre la República de Francia y el Estado Vaticano en 1798
la escultura fue trasladada al museo del Louvre de París. Por fortuna para los
romanos, el posterior Tratado de Viena en 1815 y la caída de Napoleón facilitó
el regreso del “Laocoonte” a Roma donde otro genio Antonio Canova la restauró.
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