miércoles, 27 de septiembre de 2017

Frescos del techo en la iglesia de S. Ignacio de Loyola

Uno de los lugares de esta bella ciudad que más intensamente involucra al espectador es el fresco del techo de la Iglesia de San Ignacio de Loyola, allí una técnica pictórica llamada “trampantojo” ha producido más de un esguince en el cuello de sus visitantes.
Esta técnica intenta modificar la percepción del espectador jugando con el entorno arquitectónico, la perspectiva, la luz y otros elementos del espacio consiguiendo una realidad intensificada, incluso otra realidad.
El fresco fue realizado por Andrea Pozzo entre 1685 y 1694 y está dedicado a la exaltación del fundador de la compañía de Jesús: "El papel de San Ignacio en la expansión del nombre de Dios por el mundo”. Se trata del más bello de los techos ilusionistas del barroco tardío.




La perspectiva se pone una vez más en la pintura barroca al servicio del cristianismo, en este techo (17 metros de ancho por 36 metros de largo) se simula dentro de una compleja cuadratura la estructura arquitectónica de la propia iglesia levantándola hasta el cielo donde se desarrollan las escenas. Entre las decenas de figuras destaca en el centro la figura de Cristo que irradia una luz mística sobre San Ignacio que a su vez ilumina a otros santos y las alegorías de los cuatro continentes conocidos. Esta última alusión señala el papel evangelizador de las misiones de la orden jesuita por todo el planeta.
Andrea Pozzo jesuita y pintor utilizó sus conocimientos sobre la perspectiva para crear una serie de engaños ópticos destacando las columnas y los arcos, con ello se consigue un espacio virtual que gana mucha más profundidad que la realmente existente. El resultado es la inserción de las figuras en diferentes alturas vistas espectacularmente en escorzo desde muchos metros más abajo.



La pintura está llena de alegorías relacionadas con el fuego y la luz: antorchas y flechas de fuego sostenidas por ángeles que se repiten en toda la iglesia.




En este fondo arquitectónico se vislumbra el cielo, nuestra vista lo transmite y nuestro cerebro racional nos saca del error, sabemos que el cielo no está hay arriba, sin embargo el engaño es perfecto. Esta atmósfera donde parecen flotar las figuras viene reforzada por la luz que entra por las ventanas, la mimetizacion es tal que las mismas parecen formar también parte del ilusionismo óptico.
Para abarcar la totalidad de la bóveda Pozzo fijó en el suelo de la parte central de la nave un pequeño disco amarillo de mármol desde donde cualquier visitante pudiese ver las pinturas del techo desde una perspectiva central. Al ubicarse exactamente en el centro las imágenes tridimensionales parecen hacernos entrar en hipnosis.

Caminando por el centro de la nave hacia el altar se encuentra un segundo disco de mármol en el suelo, en efecto, es una alerta que nos indica algo, ¿pero qué? si miramos en este preciso punto hacia arriba estamos exactamente debajo de una cúpula, nada nuevo. Sin embargo unos pasos hacia derecha o izquierda nos sacan del error, de la trampa, ya que la mencionada cúpula parece replegarse dando una nueva perspectiva imposible. Con este riguroso y centralizado punto de fuga la perspectiva es engañosa, por ello en todos los techos que pintó Pozzo hizo señalar en el suelo el punto exacto donde se alcanza la perfección de su engaño.

La inexistente cúpula está pintada en un diámetro de 17 metros y aunque fuera del disco del suelo se advierte la ficción en ese preciso lugar la cúpula parece talmente una estructura arquitectónica real. Este extraordinario trampantojo realizado sobre una superficie plana culmina con el tragaluz, por supuesto pintado, en el centro de la falsa cúpula al objeto de dar más verismo aunque a su vez delata el engaño si nos desplazamos.







Esta cúpula pintada sobre un gigantesco lienzo, de amplio tambor con columnas sustituyó a una cúpula real que finalmente no pudieron erigir los jesuitas de la iglesia de S. Ignacio.
Por otra parte, en el ábside Pozzo representó también escenas de la vida del santo, como la defensa de Pamplona en donde fue gravemente herido en una pierna, ya que el santo antes fue capitán en el ejército que defendía el castillo de la capital navarra.




El ilusionismo óptico arranca ya en el quattrocento con el estudio de la perspectiva lineal que más tarde sumado a la técnica del escorzo desde un punto de vista bajo, el denominado en Italia “sotto in sú” da lugar a estas llamadas “quadraturas”. Los antecedentes en el terreno del engaño óptico son numerosos, el Cristo muerto o la Cámara de los esposos de A. Mantegna, los techos de los hermanos Carracci (una entrada anterior del blog se dedica al techo del palazzo Farnese) y más cercano en el tiempo a Pozzo el techo del palazzo Barberini ejecutado por Pietro Da Cortona.






Es seguramente de este gran maestro y del techo de los Barberini de donde Pozzo toma referencias, es curioso observar como en ambos techos se da por hecho lo que el sentido común niega: que con soporte ocasional, nubes, o no los seres humanos pueden volar por el aire. Estos efectos teatrales son propios y dignos de una sociedad y un tiempo de euforia donde Roma y su grandeza son equiparados constantemente con el esplendor de la antigüedad de la mano de una iglesia triunfante.





Andrea Pozzo fue un buen conocedor del campo y las teorías de la perspectiva por ello escribió su propio tratado “Perspectiva pictorum et architectorum”. El artista presentó las instrucciones para pintar perspectivas arquitectónicas a partir de una serie de reglas, fue sin duda uno de los primeros manuales sobre la materia.
La técnica de la deformación anamórfica de las figuras se basaba en recomponer una figura original en sus proporciones correctas observando el reflejo de la figura a través de un espejo, por lo general de forma cilíndrica o cónica llamado anamorfoscopio. Por otra parte era necesario dividir el diseño original en celdas cuadradas (en la superficie a pintar se establecían retículas con cuerdas) donde proyectar las figuras, el uso de esta compleja técnica es referenciado por el artista cuando nos hace un guiño en forma de ángel que sostiene un espejo cóncavo en donde se refleja un Cristograma.


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Andrea Pozzo siempre afirmó que todos los grandes maestros habían utilizado un solo punto de vista y que no se sentía obligado a trabajar con más puntos. De lo que podemos estar seguros es que en el renacimiento y en el barroco hay un constante estudio de las técnicas para plasmar la perspectiva, los artistas intentan y consiguen crear diferentes tipos de ilusiones destinadas a sorprendernos en cualquier lugar.