Hoy visitamos la increíble
Galleria Spada, una obra basada en el engaño óptico que se encuentra en un
magnífico palacio renacentista. La genialidad de uno de los arquitectos más
originales dió como resultado una columnata que despista a cualquier visitante.
Francesco Borromini realizó en 1653 por encargo del Cardenal Bernardino Spada
una serie de modificaciones en un antiguo edificio de mediados del s. XVI, el
resultado fue un ejercicio de ilusionismo digno de un mago.
Esta sorprendente galería
fue realizada en apenas un año, se sabe que el propio cardenal era un conocedor
de los trampantojos o ilusiones ópticas utilizadas en las pinturas de la época
y por ello propuso a Borromini un juego de perspectivas en esta especie de
túnel que separaba una de las estancias del palacio con el patio. Es evidente
que este engaño “material” encierra unas connotaciones morales; nos invita a
reflexionar sobre el mundo de las apariencias, cabe pensar que él barroco es un
arte de la escenografía y teatralidad. Hay aquí pues un intento de forzarnos a cerrar los ojos y mirar en el
interior, en el alma, “las apariencias engañan”. Borromini venido desde el
norte de Italia ya había trabajado anteriormente a las órdenes de Carlo Maderno
en el embellecimiento de S. Pedro donde el cardenal Spada reconoció ya entonces
su talento. Si bien en un principio la mencionada galería presentaba una serie
de frescos de Giovanni Battista Bagni, estos fueron sustituidos por una columnata.
Esta galería consta de una
secuencia de columnas de altura decreciente, un pavimento de mosaico ascendente
y un techo descendente de forma que se crea la ilusión óptica de un corredor
que aparenta más de 30 metros cuando en realidad mide 8,58 metros. Igualmente
sucede que las columnas conforme avanzamos hacia el final reducen su altura (la
primera mide sobre 3 metros mientras la última es de apenas 1 metro) y
separación entre ellas (los intercolumnios). Al fondo un pequeño jardín con una pequeña estatua, 60 cm, que sin
embargo desde la otra parte sugiere un tamaño real. La introducción de un solo
punto de fuga que converge hacia esta escultura de un guerrero de época romana
nos desorienta de tal modo que el engaño está servido.
Estas columnas de orden
toscano se combinan con las bóvedas de cañón, las cuales dentro de una
tradición muy clasicista se presentan con casetones, que además influyen en la
consecución del punto de fuga. Este punto de fuga o perspectiva lineal ya había
sido experimentada en algunas iglesias de Florencia por F. Brunelleschi.
Parece ser que este diseño
surge ya en un vestíbulo planificado por Antonio da Sangallo para el patio del
vecino palazzo Farnese un siglo antes.
Nuestro sentido del tamaño y
de la perspectiva puede verse confundido por el contexto, porque nuestra mente
está preparada para relacionar ciertos hechos visuales con conceptos de
distancia y profundidad; por ejemplo, las líneas diagonales nos hacen crear la
ilusión de perspectiva porque así es como nuestro cerebro se orienta en el
espacio tridimensional.
Este recurso ampliamente
utilizado ya en el renacimiento por artistas como Massaccio (pintura) o
Brunelleschi (arquitectura) fue rescatado con éxito por Borromini.
Discípulo de Carlo Maderno,
Borromini y Bernini fueron dos grandes rivales y maestros elegidos por el
Papado para transformar la ciudad eterna. Bernini quién siempre arrebató
diferentes proyectos a Borromini “tomó” del Capitolio de Miguel Ángel y del palazzo
Spada de Borromini todo aquello que le pareció interesante para su plaza de San
Pedro.
De carácter introvertido y
huraño llevó una vida tremendamente austera. No era un romántico. Le hubiera
gustado trabajar para la aristocracia papal, pero finalmente lo hizo con las
órdenes religiosas más pobres. La austeridad era el precio a pagar en defensa
de su libertad creativa.
Poco interesado en el trato
con las autoridades ni en riquezas materiales, su gran preocupación era poder
llevar a cabo sus obras con absoluta libertad artística. Bernini acabó por
sumir en una depresión a Borromini que acabó por suicidarse al verse relegado
finalmente a la realización de proyectos de poca importancia. Bernini decía que
“un pintor o un escultor en su arquitectura debería guiarse por las
proporciones del cuerpo humano, pero Borromini se guiaba por sus quimeras”. Aun
así, al enterarse de su muerte, admitió que “sólo Borromini entendía la
profesión de arquitecto, aunque nunca estaba satisfecho”.
“Por cierto no desarrollé
esta profesión con el fin de ser un simple copista, si bien sé que al inventar
cosas nuevas no se puede recibir el fruto del trabajo, siquiera tarde como lo
recibió el mismo Miguel Ángel [..] sin embargo el transcurso del tiempo ha
puesto de manifiesto que todas sus ideas han resultado dignas de imitación y
admiración”.
Borromini nunca contó con
grandes amigos y llevó una vida tremendamente austera. Poco interesado en el
trato con las autoridades ni en riquezas materiales, su gran preocupación era
poder llevar a cabo sus obras con absoluta libertad artística.
No hay comentarios:
Publicar un comentario