jueves, 9 de febrero de 2017

Galleria Spada

Hoy visitamos la increíble Galleria Spada, una obra basada en el engaño óptico que se encuentra en un magnífico palacio renacentista. La genialidad de uno de los arquitectos más originales dió como resultado una columnata que despista a cualquier visitante. Francesco Borromini realizó en 1653 por encargo del Cardenal Bernardino Spada una serie de modificaciones en un antiguo edificio de mediados del s. XVI, el resultado fue un ejercicio de ilusionismo digno de un mago.




Esta sorprendente galería fue realizada en apenas un año, se sabe que el propio cardenal era un conocedor de los trampantojos o ilusiones ópticas utilizadas en las pinturas de la época y por ello propuso a Borromini un juego de perspectivas en esta especie de túnel que separaba una de las estancias del palacio con el patio. Es evidente que este engaño “material” encierra unas connotaciones morales; nos invita a reflexionar sobre el mundo de las apariencias, cabe pensar que él barroco es un arte de la escenografía y teatralidad. Hay aquí pues un intento  de forzarnos a cerrar los ojos y mirar en el interior, en el alma, “las apariencias engañan”. Borromini venido desde el norte de Italia ya había trabajado anteriormente a las órdenes de Carlo Maderno en el embellecimiento de S. Pedro donde el cardenal Spada reconoció ya entonces su talento. Si bien en un principio la mencionada galería presentaba una serie de frescos de Giovanni Battista Bagni, estos fueron sustituidos por una columnata.



Esta galería consta de una secuencia de columnas de altura decreciente, un pavimento de mosaico ascendente y un techo descendente de forma que se crea la ilusión óptica de un corredor que aparenta más de 30 metros cuando en realidad mide 8,58 metros. Igualmente sucede que las columnas conforme avanzamos hacia el final reducen su altura (la primera mide sobre 3 metros mientras la última es de apenas 1 metro) y separación entre ellas (los intercolumnios). Al fondo un pequeño jardín  con una pequeña estatua, 60 cm, que sin embargo desde la otra parte sugiere un tamaño real. La introducción de un solo punto de fuga que converge hacia esta escultura de un guerrero de época romana nos desorienta de tal modo que el engaño está servido.




Estas columnas de orden toscano se combinan con las bóvedas de cañón, las cuales dentro de una tradición muy clasicista se presentan con casetones, que además influyen en la consecución del punto de fuga. Este punto de fuga o perspectiva lineal ya había sido experimentada en algunas iglesias de Florencia por F. Brunelleschi.

Parece ser que este diseño surge ya en un vestíbulo planificado por Antonio da Sangallo para el patio del vecino palazzo Farnese un siglo antes.
Nuestro sentido del tamaño y de la perspectiva puede verse confundido por el contexto, porque nuestra mente está preparada para relacionar ciertos hechos visuales con conceptos de distancia y profundidad; por ejemplo, las líneas diagonales nos hacen crear la ilusión de perspectiva porque así es como nuestro cerebro se orienta en el espacio tridimensional.




Este recurso ampliamente utilizado ya en el renacimiento por artistas como Massaccio (pintura) o Brunelleschi (arquitectura) fue rescatado con éxito por Borromini.




Discípulo de Carlo Maderno, Borromini y Bernini fueron dos grandes rivales y maestros elegidos por el Papado para transformar la ciudad eterna. Bernini quién siempre arrebató diferentes proyectos a Borromini “tomó” del Capitolio de Miguel Ángel y del palazzo Spada de Borromini todo aquello que le pareció interesante para su plaza de San Pedro.
De carácter introvertido y huraño llevó una vida tremendamente austera. No era un romántico. Le hubiera gustado trabajar para la aristocracia papal, pero finalmente lo hizo con las órdenes religiosas más pobres. La austeridad era el precio a pagar en defensa de su libertad creativa.
Poco interesado en el trato con las autoridades ni en riquezas materiales, su gran preocupación era poder llevar a cabo sus obras con absoluta libertad artística. Bernini acabó por sumir en una depresión a Borromini que acabó por suicidarse al verse relegado finalmente a la realización de proyectos de poca importancia. Bernini decía que “un pintor o un escultor en su arquitectura debería guiarse por las proporciones del cuerpo humano, pero Borromini se guiaba por sus quimeras”. Aun así, al enterarse de su muerte, admitió que “sólo Borromini entendía la profesión de arquitecto, aunque nunca estaba satisfecho”.




“Por cierto no desarrollé esta profesión con el fin de ser un simple copista, si bien sé que al inventar cosas nuevas no se puede recibir el fruto del trabajo, siquiera tarde como lo recibió el mismo Miguel Ángel [..] sin embargo el transcurso del tiempo ha puesto de manifiesto que todas sus ideas han resultado dignas de imitación y admiración”.
Borromini nunca contó con grandes amigos y llevó una vida tremendamente austera. Poco interesado en el trato con las autoridades ni en riquezas materiales, su gran preocupación era poder llevar a cabo sus obras con absoluta libertad artística.



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