sábado, 5 de noviembre de 2016

Monte Testaccio

En Roma (al suroeste), próxima al rio Tíber  y la vía Ostiense se alza una colina denominada “Monte Testaccio” dicho lugar pasar por ser el primer macrovertedero de la historia. Quizás es un sitio que pasa desapercibido para los millones de turistas que recibe cada año la gran ciudad, por ello me parece justo iniciar este recorrido “infinito” en la “octava colina” de Roma.
Aunque para ser preciso en Roma existen varias colinas artificiales si bien no tan peculiares como la que nos ocupa. Este monumento a la basura cuenta con un perímetro de más de 1 kilómetro y una altura máxima sobre el nivel del mar de 45 metros. La montaña artificial con forma triangular, se compone de desechos de ánforas, millones y millones de fragmentos, eso sí, bien organizada en diferentes estratos.





Il Testaccio es un verdadero archivo del Imperio Romano como consecuencia de que las ánforas poseen una serie de inscripciones o marcas que ilustran diversas fases del proceso de su elaboración, comercialización y contenidos. Etiquetadas a menudo con “tituli picti”, esta práctica consistía en ser pintadas o estampadas con inscripciones que registraban datos. Un archivo sin estanterías, sin secciones y sin orden aparente. Todo un reto para los arqueólogos.

Su nombre procede del latín “testa” (cabeza) y “coccio” (barro), junto a la cerámica, la cal es el otro material predominante en esta montaña de desechos, juntos han posibilitado la aparición de la vegetación, de forma que la colina  presenta un aspecto de relieve natural. Según distintas investigaciones la mayor parte de los deshechos se datarían entre finales del siglo I d. C. y el III d. C. Parece ser que el desagradable olor resultante de los contenidos adheridos a los fragmentos era eliminado vertiendo cal.

El envase comercial por excelencia en el mundo romano fue el ánfora. Un contenedor cerámico robusto, de cuerpo alargado o globular con dos asas en la zona del cuello para facilitar su movimiento. Una característica extendida en este tipo de recipiente fue el remate de su base en un pivote apuntado o rematado en un botón. Este tipo de base facilitaba su manipulación pero sobretodo permitía su hincamiento en tierra y su apilamiento en las bodegas de los navíos que las transportaban.



El contenido de las ánforas fue muy variado, pero los productos más habituales fueron el vino, las salazones y especialmente el aceite. Este último producto fue esencial en la dieta del Imperio, incluso  se utilizó en  perfumes, cosméticos o medicina.
Hispania se sitúo durante largo tiempo a la cabeza de estas exportaciones, la zona de la Bética, la actual Andalucía sería el principal foco de producción, más tarde sería el norte de África quién desbancaría a la producción en nuestra península. En el monte Testaccio la mayoría de recipientes contenían aceite, tres cuartas partes de los fragmentos procederían de la Bética y el resto de áfrica. Al alcanzar el puerto de Ostia, las ánforas serían desembarcadas por porteadores profesionales quienes las transportarían hasta la capital donde una vez pasado el contenido a otros recipientes más versátiles se abandonarían de forma ordenada en lo que hoy es este monte.
Las ánforas remontarían el Tíber o bien serían llevadas a lomos de mulas hasta el puerto fluvial que distaría a pocos metros de este cementerio para vasijas. A ciencia cierta no se conoce por qué los romanos no reutilizaban estas ánforas, pero se especula que la dificultad de limpiarlas del aceite hacía más rentable comprar nuevas que aprovechar las viejas, por lo que se convertían en recipientes de un solo uso.



En los siglos sucesivos han sido muchos los usos o anécdotas alrededor de este montículo, de hecho en la base de la colina fueron excavadas distintas grutas “grottini” para almacenar vinos dado que la temperatura permanece estable en el interior, alrededor de los 10 grados, todo el año. Estas grutas hoy se han convertido en locales de ocio nocturno o restaurantes que animan la vida nocturna de Roma.

La memoria de este monte está unida a las fiestas de carnaval, los denominados juegos del Testaccio “ludus Testaccie” eran una especie de fiesta pagana donde en la Edad Media se lanzaban desde lo alto cerdos, terneros y otros animales, a los pies de la colina les esperaban una serie de participantes, espada en mano, que se enfrentaban en una macabra cacería al objeto de conseguir una pieza.


                   "La festa di Testaccio fatta in Roma", grabado de 1558. 



Una cruz colocada en la cima en 1914 recuerda que este lugar fue el punto final de un Vía Crucis del viernes santo que partía desde el foro Boario a semejanza del recorrido bíblico, así el Testaccio simulaba el monte Calvario donde fue crucificado Cristo. Por otra parte han sido numerosas las ocasiones en qué este montículo ha sido un punto estratégico en las empresas bélicas, en el siglo XVII se tomó como plataforma para apuntar y disparar los cañones contra  el Castel S. Angelo entonces residencia del Papa, dos siglos más tarde el Testaccio fue la base de operaciones para tener a raya a las tropas francesas que asediaban la ciudad en 1849. En tiempos más contemporáneos la colina albergó las baterías antiaéreas de las tropas fascistas durante la segunda guerra mundial, todavía hoy se pueden observar las cuatro plataformas que las sostenían. 






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