Colindante
a la estación de Termini, donde llegan los trenes y los autobuses
constantemente se encuentra el Palazzo Massimo, un imponente edificio
neo-renacentista que alberga una de las colecciones más impresionantes de arte
clásico. Este espacio comparte, en sus diferentes pisos, el denominado museo
Nazionale Romano distribuido en otros tres edificios por toda la ciudad. El
palazzo Massimo acoge diferentes obras, frescos, mosaicos, objetos de
orfebrería y esculturas. Entre estas últimas se encuentran algunas de las más
sobresalientes del mundo greco-romano, el Príncipe Helenístico, el Augusto
Pontífice, el Hermafrodita durmiente, el Apolo Chigi y muchas más.
Sin
embargo destaca por su singularidad una escultura griega que representa una
verdadera reliquia, una obra única en el arte, el Púgil en reposo, también
denominado Púgil del Quirinal o Púgil de las Termas.
El
pugilato ya era conocido por los sumerios y egipcios, aunque los primeros
guantes de boxeo se documentan en torno al año 1500 a.C. en la Civilización
Minoica y más tarde son citados por Homero en la Iliada, empleados en las
luchas celebradas en los funerales de Patroclo. En un principio su finalidad
era más bien salvaguardar las manos del combatiente, pero, a partir de
principios del siglo IV a.C., estas protecciones se hacen más amplias, de forma
que el luchador cubría sus antebrazos con una piel de cordero fijada mediante
correas de piel cruda, enrollando buena parte en torno a los nudillos, formando
así una protuberancia cortante que desgarraba el rostro del adversario. Los
pugilistas romanos harían aún más letal incorporando piezas metálicas a modo de
puño americano, hasta configurar un nuevo modelo llamado caestus.
Merece
la pena acercarse a contemplar este misterioso personaje de bronce realizado
hace más de dos mil años.
Son
diferentes los aspectos que hacen de esta obra una excepción, ya que es una de
las pocas esculturas de gran tamaño en bronce perfectamente conservada pero hay
más, es una escultura que no tiene ninguna otra copia ya fuera en bronce o en
mármol. Datada en el siglo IV a.C. pertenece al período clasicista de la
estatuaria griega pero a diferencia de la belleza idealista acorde a ese
período, el Púgil es una escultura marcada por un realismo extremo.
En
ella no hay nada divino, al contrario, todo es terrenal, la fatiga, el
esfuerzo, las heridas de un deportista en edad madura acostumbrado a sufrir. El
Púgil fue encontrado en marzo de 1885 en curiosas circunstancias en una ladera
del Quirinal (de donde recibe uno de sus nombres), hoy coincidente con Via IV
Novembre, mientras se construía un teatro ya desaparecido. En la antigüedad
este lugar estaba próximo a las termas de Constantino (por ello lo de Púgil de
las Termas), así lo atestiguan las ruinas encontradas.
El
misterio reside en que no se conoce como llegó desde Grecia, quién encargo la
obra, quién la ejecutó (aunque por su cronología y características se atribuye
a Lisipo o algún alumno de su escuela), que función tendría o donde fue ubicada.
Lo cierto es que el luchador fue encontrado un mes después de hallar otra
escultura muy cerca del mismo lugar, un atleta o divinidad desnuda de mayor
tamaño. Sin embargo según estudios entre ambas no guardarían ninguna relación.
Nuestro boxeador fue encontrado a seis metros bajo la tierra cuando se
excavaban los cimientos del mencionado teatro.
La escultura se encontraba en su posición sedente apoyada en un tambor de piedra, protegida por tierra tamizada para la ocasión que evitaría humedades o corrosiones y que aseguraría su conservación. Esto quiere decir que no acabó allí por casualidad, alguien la escondió sabedor de su valor. Tal vez su propietario fue un coleccionista, un hombre rico sensible al arte, de hecho las familias más poderosas de Roma gustaban de adquirir estas obras de una cultura, la griega, a la que empezando por el emperador Adriano admiraban profundamente. Quien quiera que fuera se despidió para siempre de su tesoro y lo confío a la eternidad, sin su audacia no habría atravesado el tiempo hasta nosotros de forma casi intacta.
El
bronce fue un metal dominado a la perfección en la antigua Grecia, frente al
auge del mármol en el periodo arcaico (antes del s. V a.C.) el metal permitió
nuevas técnicas para la escultura exenta. El procedimiento denominado “cera
perdida” constituía una técnica
relativamente sencilla, y generalmente empleada en la realización de esculturas
en bronce de tamaño menor, el Púgil mide 1,28 cm, la estatua resultante queda
absolutamente llena y maciza; en cambio, si fuese de gran tamaño, serían
necesarias grandes cantidades de metal, con lo que se encarecería el coste
económico del procedimiento y dificultaría su traslado.
Una vez modelada la figura en cera, se recubre de arcilla mezclada con arena, de yeso o de cualquier otra sustancia refractaria, de modo que este revestimiento se adapte perfectamente al modelo en cera, reproduciendo así todos sus detalles en negativo. Se dejan orificios de entrada y escape, y cuando el revestimiento o capa está bien seco, se vierte una colada de bronce fundido en estado líquido, que desplaza y ocupa el lugar de la cera, formando la escultura. Al enfriarse el metal, se fractura el molde y se desprende la estatua. La figura resultante se comprende en su conjunto, en su estructura, lo que permite la unidad de acción y movimiento. Fueron, sin duda, muy numerosos los broncistas y las obras en bronce en aquella época, más tarde los romanos las copiaron pero tenían preferencia por el mármol, por ello abundan las copias de bronces realizadas por escultores romanos en mármol.
Al
haberse fundido en la Edad Media la práctica totalidad de los bronces antiguos,
de la mayoría de las obras clásicas nos queda tan sólo una versión indirecta y
mediatizada tanto por el gusto romano como por las técnicas del trabajo del
mármol. Algunos bronces originales han conseguido librarse de la fundición al
hundirse el barco que los transportaba (es el caso de los más famosos guerreros
de Riace hallados en el mar) o al quedar sepultados por el hombre (Púgil en
reposo) o por catástrofes naturales.
Nuestro
púgil es un hombre fatigado que tras un duro combate se sienta en una roca a
recuperar el aliento, tiene el rostro herido tras soportar los golpes de su
contrincante. Sin embargo pese a no ser una obra idealizada, mantiene toda la
dignidad de quién ha combatido con valor hasta el final, además el púgil no es
ningún debutante, el tiempo ya ha hecho mella en su cuerpo, es un deportista
maduro que sabe dosificar el dolor. Toda la tensión de su cuerpo se muestra
contenida en una postura geométrica muy estudiada que pese a su asimetría
ofrece una composición de unidad del volumen. El púgil muestra un perfecto
escorzo en la parte superior, la cabeza gira lateralmente de forma que el
artista plasma a su figura en un momento puntual, preciso, concentrado en una
acción momentánea siguiendo el canon estético de Lisipo.
El “kairos” para los griegos era el momento breve, conciso, contrario al tiempo secuencial “cronos”, la ocasión que cambia un destino, un instante sublime que se inmortaliza. De ello Lisipo es un maestro, capta lo irrepetible, el instante fugaz, algo que por otra parte será profusamente explotado en el barroco.
Este
genial escultor no renunció al clasicismo pero anunciaba las inquietudes y
búsquedas artísticas del Helenismo. En este caso y como se evidencia en la
copia romana del Heracles Farnesio, Lisipo resume la acción desde el final,
combinando cansancio físico y reposo moral.
En
el Púgil existen varios aspectos donde la habilidad del broncista alcanza un
realismo insuperable, la incrustación de unas finas láminas de cobre rojo en la
pierna y en el brazo derechos representan las gotas de sangre emanadas del
rostro durante el precedente combate. El brusco movimiento de la cabeza en
contraste con el resto del cuerpo guardaría relación con la oclusión de los
pabellones auditivos, se especula que el artista hubiera encontrado el modo de
representar la falta de audición del personaje.
Este
detalle revelaría que el giro de la cabeza obedecería a la necesidad de leer
los labios del juez de la pelea o la verificación con la mirada de los aplausos
de la multitud congregada.
Las
hinchazones sobre los oídos son características en los atletas dedicados a la
lucha y aunque no perjudican la función auditiva interna bloquean temporalmente
la audición.
Otros
aspectos de gran verismo son los hematomas, concretamente debajo del ojo
derecho, también es notable la desfiguración en las mejillas y la frente desde
donde se ha derramado la sangre hacia el lado derecho. Por otra parte la perdida de los dientes superiores ha dado lugar a un hundimiento del labio en contraste con el inferior que se presenta en saliente donde una vez más la maestría del artista nos deslumbra. Dicho labio orienta una respiración costosa hacía la parte superior que movería ligeramente los bigotes sudados del púgil. El tabique nasal torcido por las numerosas fracturas de una carrera larga como boxeador, demostrando de nuevo su madurez. Esta mascara de sufrimiento se completa con el tratamiento cuidadoso del peinado y la barba trabajados a trépano para el resalte del claroscuro.
Los dedos de los pies fueron ensamblados posteriormente para poder modelar de forma correcta los huecos interdigitales.
Los dedos de los pies fueron ensamblados posteriormente para poder modelar de forma correcta los huecos interdigitales.
La
musculatura tiene un tratamiento veraz de alguien que está habituado al
esfuerzo, las yemas de los dedos de las manos están separadas de forma que el
artista a cincelado a la perfección las uñas, la fina piel trasparenta las
articulaciones hasta las falanges. Cada dedo a la altura del inicio de los
metacarpianos presenta una especie de anillo compactado con metal y unas
puntadas que sugieren las costuras del cuero que protege los carpos, la muñeca
y el antebrazo. En la parte interior el cuero termina con gruesos rizos,
posiblemente de lana que al forrarse con el cuero amortiguarían los golpes durante el combate. Todo sujeto por unas
tiras que sujetarían la prenda al antebrazo.
Una obra tan espectacular ha sido
solicitada y mostrada por diferentes museos de todo el mundo de forma que el
luchador sepultado a perpetuidad ha vencido su estatismo milenario. La larga
espera finalizó en rescate, su postura, cómo quién ve pasar el autobús, todavía
asombra aún hoy al visitante.
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