viernes, 24 de marzo de 2017

Iglesia de Santa María de los Ángeles

Debido a sus mármoles, a las obras de arte que contiene, a la distribución del espacio interno y a algunas interesantes curiosidades, un destino atractivo es la iglesia de Santa María de los Ángeles ubicada en piazza della Repubblica.





Las antiguas termas de Diocleziano son hoy un conjunto de ruinas, paredes y cúpulas que albergan  diferentes espacios; museo, iglesia, edificios oficiales, todo ello como consecuencia de la gran superficie que ocupaban en la antigüedad. Las termas  se comenzaron a construir en el año 298 d.C. siguiendo el patrón de las de Caracalla y cuando la obra finalizó en 305 d.C., podían dar cabida a 3.000 personas, ocupando una superficie de 13 hectáreas.
Un gran genio del Renacimiento, Miguel Ángel hizo, por encargo de Pío IV en 1561,  una restauración en una parte del amplio complejo y transformó una gran sala en cuadrilátero en una iglesia, el resultado fue un espacio majestuoso y muy bien proporcionado. El mérito reside en que el maestro respetó la estructura original de las termas, de ahí el resultado, un espacio extraño para lo que sería una iglesia de la época ya que en Sta. María el espacio se extendía lateralmente y no longitudinalmente.


Varias zonas del recinto fueron reutilizadas como base para construir iglesias y otras edificaciones, entre ellas la conocida iglesia de la que hablamos, consagrada a la memoria de los mártires Saturnino, Ciriaco, Largo, Smaragdo, Sisinnio, Trasone y Marcello que también fue Papa.

En el espacio central de las termas se ubicaba el transepto de  Santa María de los Ángeles y de los Mártires donde se entraba por el caldarium, mientras que el vestíbulo era el antiguo tepidarium y la basílica el frigidarium, con la Cartuja y claustro de los frailes que la asistían; y  la Iglesia de San Bernardo alle Terme (una de las salas circulares de sus esquinas).  Los citados mártires trabajaron junto a otros 40.000 trabajadores, cristianos o no, condenados a trabajos forzados durante la edificación del complejo termal más grande existente en Roma. La veracidad histórica de la cuestión recogida en la “Passio Marcelli” suscita gran controversia pero ofrece una buena descripción de la época en las que se descubrían las primeras catacumbas y se propagaban las historias de los mártires.

La basílica de Santa María está cubierta por una cúpula que descansa sobre ocho enormes columnas de granito  oriental, en los extremos del cuadrilátero se abren dos arcos que dan lugar a dos cavidades a modo de capillas, lo mismo sucede a ambos lados en el centro, en total suman cuatro espacios adosados al cuerpo central. 



Uno de estos espacios menores conforma el lugar de acceso desde piazza della Repubblica. En uno de los extremos Miguel Ángel realizó la entrada principal en mármol travertino según el gusto de la tradición griega, en el lado opuesto dispuso el altar, así las otras dos cavidades en los costados del cuadrilátero permanecieron como capillas. En una de las capillas laterales (caldarium) se instaló un pequeño altar a la Virgen, por una puerta lateral se accedía y se sigue accediendo al templo, la puerta principal solo se utilizaba en acontecimientos solemnes.




En la mitad del siglo XVIII se planificó añadir a la iglesia una nueva capilla dedicada al beato Niccolò Albergati  para ello se decidió tapiar la puerta principal y situar en esta cavidad del extremo el altar del beato, es decir, la entrada principal pasaba a convertirse en capilla. Sin embargo, en el otro extremo del transepto también se dedicó una capilla  a san Bruno, así ambos lados quedaron cerrados al exterior.

Fue Luigi Vanvitelli el hijo del famoso vedutista holandés quién se  encargó de la decoración interior y de homogeneizar las distintas partes del templo. Vanvitelli remarcó las líneas horizontales internas y embelleció la entrada en la exedra con una fachada rematada en tímpano que será sustituida a comienzos del siglo XX por las dos puertas actuales, más en consonancia con la estructura de la antigüedad. 




Por otra parte se establecieron todas las imágenes procedentes de la basílica del Vaticano, se supervisó el transporte a Santa María de los Ángeles de los grandes retablos de la basílica de San Pedro en el Vaticano, reemplazados por copias de mosaico por razones de conservación (amenazados por la humedad).
Santa Maria degli Angeli se convirtió entonces en una rica galería de arte con obras de los siglos XVI hasta el siglo XVIII, como el Martirio de San Sebastián de Domenichino, la Caída de Simón el Mago de Pompeo Batoni o el bautismo de Jesús por Carlo Maratta.





Los motivos para maravillarse se centran también en las esculturas y pinturas del templo sobre  santos y  ángeles. Destacan dos grandes ángeles atribuidos al taller de Bernini, aunque la relación de la iglesia con los ángeles viene de largo. En 1541 Antonio Lo Duca, un sacerdote siciliano tuvo una primera visión en el interior de las termas; “una luz más blanca que la nieve surgía del suelo me dijo que aquel era el templo de los 7 espíritus que asistían al Señor…”

La plasmación pictórica de los Ángeles llegó en agosto de 1550 al recinto a través del cuadro de la Virgen de los Ángeles realizado unos años antes en Venecia. Desde entonces los signos angelicales se han expandido por todo el lugar, pinturas, mármoles y yesos todo al servicio de lo sobrenatural. Cuando atravesamos el vestíbulo en dirección al crucero nos encontramos dos Ángeles, uno en frente del otro, son de singular belleza y delicadeza. 




El Ángel de la derecha gira su cabeza hacia la entrada mientras que el Ángel de la izquierda mira hacia el interior de la iglesia. Como guardianes del templo establecen una especie de frontera en el ir y venir de los miles de turistas que discurren por allí cada año. Ambos sostienen una concha que contiene el agua santa con una gracia inigualable propia de la atención de un genio de la escultura como lo fue Bernini. Esta alusión al agua enlaza con la función primigenia del lugar, las termas, donde el agua era, sin duda, la materia prima que daba sentido al complejo.



Destaca frente al resto de representaciones la del llamado “Ángel de la luz” realizado por Ernesto Lamagna para conmemorar el fin del año jubilar 2000 y dar paso al nuevo milenio. Se trata de una escultura en bronce con un estilo contemporáneo de volúmenes muy ligeros y de aspecto inacabado. En esto último reside la osadía del autor, precisamente ese non-finito es un guiño a la manera de proceder de M. ángel en algunas de sus esculturas.





La Basílica ha sido también una iglesia para festejos destacando los fastos de la boda del rey de Italia con Margarita de Savoia en 1868, en la actualidad se celebran algunos actos oficiales de la República italiana.




Por último el recinto esconde una gran singularidad, la llamada línea meridiana, una línea de bronce que recorre el suelo enmarcada entre dos bloques de mármol que presentan en sus costados los iconos  los signos del zodiaco. 




Dichos signos representan las constelaciones y las fases de la luna. La línea en bronce está orientada de norte a sur atravesando, en diagonal, la nave central de la iglesia.




Se trata de un calendario solar que nos indica el momento justo del mediodía o incluso el movimiento del punto polar. A las doce un rayo de sol  ilumina en el pavimento una chapa de bronce, de este modo dependiendo de la estación del año puede variar entre las 11,53 y las 12,16 h.






El foro gnomónico, es el agujero por donde la luz solar penetra en el templo, debe ser estable a lo largo de los siglos para llevar a cabo mediciones de alta precisión. En este caso  se encuentra a una altura de 20,34 metros sobre el suelo.
Si visitáis esta iglesia al mediodía (hora solar) por unos instantes veréis como un rayo de sol atraviesa desde el techo hacia el suelo y se refleja sobre una placa metálica. En un ambiente oscuro la visión de la mancha solar es muy llamativa y aunque dura poco es uno de esos instantes mágicos que tiene Roma.






La línea meridiano, de casi 45 metros, fue realizada en el siglo XVIII con una serie de objetivos como la necesidad de informar a los fieles las horas en una época que no existían relojes de mano, regular el resto de relojes y muy especialmente controlar los movimientos celestes. Esto último era una prioridad de la iglesia de aquel tiempo para garantizar la corrección del calendario de la Pascua. En el Congreso de Nicea (325 d.C.) se había ya establecido que todas las iglesias deberían celebrar la Pascua el domingo que seguía al plenilunio siguiente al equinoccio de primavera.

El meridiano que (también llamado línea Clementina por el nombre del Papa que mandó realizarlo) fue construido por Bianchini sigue otro modelo anterior en Bologna, fue inaugurado en el 1702, desde entonces hasta hoy ha sufrido diferentes daños y por ello numerosas restauraciones. En 1846 su función dejó de ser prioritario ya que el mediodía romana pasó a anunciarse con disparos de cañón.


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