En esta ocasión el destino
es el “Cimitero Acattolico” de Roma, un cementerio laico y tal vez el más
romántico de la ciudad eterna.
Se construyó ante la
necesidad de inhumar extranjeros y no creyentes. Aquí se puede encontrar entre
otras la tumba del poeta Jonh Keats quién no quiso que hubiera nada escrito en
su lápida, ni nombre, ni fechas, solo se lee lo siguiente: “Aquí yace un hombre
cuyo nombre fue escrito en el agua”.
En esta apartada esquina de
Roma encontramos una tranquilidad inesperada, aunque cada vez hay más turistas
que van descubriendo este lugar dulce que te transporta hasta siglos
atrás. Además de su belleza, el cementerio rebosa poesía dado que aquí están
enterrados diversos viajeros, escritores e intelectuales que visitaron o se
establecieron en la urbe.
Para la religión católica
los cementerios son lugares lúgubres, de absoluta infelicidad donde los
visitantes se preguntan si hay un cielo o un paraíso esperando, sin embargo en
este cementerio laico las cosas son diferentes.
De estilo anglosajón, el lugar es muy apacible con una pradera para disfrutar de un paseo reposado, donde
poder pasar una tarde de otoño observando los delicados mausoleos y la
exuberante vegetación.
Sin duda se respira una
atmósfera diferente aunque solo sea porque el cementerio recoge en sus entrañas
los restos de jóvenes poetas, que atraídos por la irresistible belleza
decadente de esta vieja ciudad, acabaron sus días en la ciudad del Tiber.
Llegados desde diversos
puntos de Europa aún a riesgo de contraer la malaria u otras epidemias,
sobraban los motivos: promesas de amor, melancolía, fascinación por el arte o
simplemente conocer la “Caput mundi”.
Al fin y al cabo Roma fue el centro de Occidente y morir aquí para
muchos bohemios era un lujo, cabe pensar que Horacio o Catulo ya cantaban sus
dramas por estas tierras en tiempos precedentes a Cristo. Elogiaban una vida
retirada e invitaban a la juventud a gozar el presente, “Carpe Diem”.Estos
amantes de lo desconocido cuya meta era Roma reposan hoy bajo una alfombra
verde a la sombra de la siempre llamativa pirámide de Cestio o las imponentes
murallas Aurelianas que bordean el camposanto.
Este cementerio ubicado en
el Testaccio nace a partir de las normativas del catolicismo, ya que a los
protestantes o no creyentes no les estaba permitida la entrada en las tierras
sagradas donde descansaban los cristianos. Sin embargo se hacía necesario
buscar lugares para enterrar a quienes rechazaban la fe de Cristo, a finales
del siglo XVI y especialmente en la siguiente centuria aparecen los primeros
cementerios no católicos como en Livorno, Venecia o Florencia.
El de Roma se inauguró hacia
la primera mitad del siglo XVII según la documentación existente sobre el permiso
concedido por el Papa Clemente XI (1649-1721) a algunas familias aristocráticas
inglesas exiliadas en la ciudad del Coliseo. Más tarde se amplió la oferta para
aquellos viajeros infatigables del denominado Grand Tour. Aquel viaje a través
de Europa que se realizó del siglo XVII al XIX principalmente por jóvenes ingleses de
alto nivel adquisitivo, para formarse en Arquitectura,
Arte y Literatura.
El principal valor del Grand
Tour residía en la exposición al legado cultural de la antigüedad
Clásica y del Renacimiento. Además, proveía la única oportunidad de ver obras
de arte concretas y posiblemente la única oportunidad de oír cierta
música. Un viaje que podía durar desde varios meses a varios años.
La primera sepultura
destacada es la de un estudiante de Oxford llamado Langton en 1738, si bien la
apertura oficial del cementerio se llevó a cabo en 1821 en tiempos de Pio VII.
Con el auge del estilo
neoclásico de finales del siglo XVIII a la ciudad llegaban oleadas de
estudiantes, escritores o artistas, de forma que el número de no católicos
aumentó considerablemente. Tras el neoclasicismo llegó el romanticismo y Roma
continuó siendo un polo de atracción a nivel internacional, sin duda escala o
destino de un viaje romántico por el viejo continente. A lo largo del s. XIX se
realizarán sucesivas ampliaciones en esta parcela libre del credo cristiano y
ya en 1918 el lugar fue definido como un espacio de interés monumental a nivel
nacional.
Algunos de los difuntos más relevantes fueron August Goethe hijo del famoso escritor, Percy Bysshe, Walter
Amelung o Karl Brullov.
Algunos italianos ilustres
también fueron enterrados en este lugar, pero ya en épocas más recientes. El
suicidio o sus ideas, en el caso de algunos, les hizo sentirse extranjeros en
su propia patria. Aquí por ejemplo se hayan enterrados Antonio Gramsci, Carlo
Emilio Gadda o Dario Bellezza.
Praderas, viejos cipreses,
mármoles blancos, hojas secas, mensajes en todas las lenguas del mundo y algún
que otro gato conciben al lugar un halo misterioso, atrayente que da valor a un
lugar difícil de imitar.
Si visitáis el lugar podeís
llevar flores a los escritores románticos, acariciar el rostro marmóreo de
Devereux Cockburn, el joven inglés cuyo sarcófago lo inmortaliza en pose
neoclásica o levantar el puño derecho hacia el cielo frente a la tumba del
marxista italiano Gramsci.
No hay comentarios:
Publicar un comentario