Pocas veces podemos juntar la mitología de
una gran epopeya con la historia de Roma o el trabajo de uno de los mejores
escultores del barroco con uno de los museos más interesantes del mundo. Me
estoy refiriendo a la Galleria Borghese, uno de los museos más espectaculares y
solicitados de Roma. A Bernini, el gran maestro del barroco romano, y a “La
Eneida”,la gran epopeya nacional romana cuyas narraciones nos ilustran sobre
los viajes y conflictos en los que se ve envuelto el héroe troyano Eneas tras
su precipitada huida de la ciudad de Troya dentro de la literatura épica latina.
La Galería Borghese, situada en los jardines de la Villa Borghese, es uno de los museos de arte más reputados del mundo. La galería expone gran parte de la colección iniciada por el cardenal Scipione Borghese (sobrino del papa Pablo V), entre 1576 y 1633.
Además de un gran coleccionista de la obra de
Caravaggio, Scipione Borghese fue el primer mecenas de Bernini, por lo que en
este museo se puede ver una extensa colección de las obras de ambos artistas.
El museo es uno de los mejores del mundo y su visita es prácticamente obligada. No os defraudará. Debido a la gran cantidad de visitas que recibe el museo, sólo es posible visitarlo con reserva previa, que puede hacerse tanto por teléfono como por internet. Es recomendable realizarla con varios días de antelación, ya que es un lugar bastante concurrido. Ubicado en la Villa del mismo nombre es relativamente fácil llegar a pie desde la Piazza Barberini, Piazza del Popolo o Piazza di Spagna.
Los Borghese fueron una familia principesca,
de papas y cardenales, llena de personalidades eminentes de la administración y
de la política. Su miembro más ilustre fue Camilo Borguese, el papa Paulo V,
pero el más dado al coleccionismo artístico fue su sobrino, Scipione Borghese.
En el romano monte Pincio construyó una villa lujosísima y la llenó de obras
antiguas y modernas, de todos los tesoros del arte que le fue posible adquirir
o comisionar.
Sin duda la Galería Borguese es un lugar
donde se aprecia y se disfruta la historia del arte, una verdadera sinfonía de
talentos, un prodigio admirable de variaciones y de tendencias.
La obra, cuyo título histórico es Eneas y
Anchises, fue encargada por el Cardenal Scipione Borghese y es considerada la
primera escultura moderna en exhibición en la Galería Borghese. Según Domenico
Bernini (hijo de Gian Lorenzo) fue realizada en 1613 y así lo confirmó el
historiador del arte de la época Filippo Baldinucci, asesor de Leopoldo de
Medici. Sin embargo gracias a los hallazgos de archivo, hoy sabemos que la
fecha se pospone a alrededor de 1619 cuando Bernini tenía poco más de veinte
años. Además, gracias también, a una nota de pago por su pedestal, se sabe que
en la obra no participó su padre Pietro, sino siempre Gian Lorenzo.
La escultura de Eneas, Anchises y Ascanio, se
exhibe hoy dentro de la Galería Borghese, así como los otros tres grupos del artista, la Violación de Proserpina (1621
- 1622), Apolo y Daphne (1622 - 1625) y el David (1623-1624). Las cuatro obras
de mármol, que representan temas mitológicos (a excepción del David que
representa un mito bíblico), fueron encargadas al artista por el cardenal
Scipione Borghese, quien los asignó al embellecimiento de su villa romana en el
Pincio.
Arquitecto, dibujante, pintor, Gian Lorenzo
Bernini fue un verdadero hombre del renacimiento en el barroco, rozando la
genialidad en todas las artes que cultivó. Pero si en algo destacó este artista
básico de la historia del arte universal fue en el terreno de la escultura. De
hecho, Bernini no tuvo rival en esa disciplina durante el siglo XVII, aunque
desde luego es sonada la rivalidad con Borromini, el otro gran artista romano
de la época, que se dice que era más arisco y menos carismático. En su obra, donde
se pone un visible acento en el dramatismo de la narrativa, se muestra de forma
clara la psicología de los personajes, ya sean mitológicos o religiosos. Esta
caracterización psicológica de los retratados, que Bernini esculpe repletos de
fuerza interior, junto a la delicadeza de los acabados, dan un naturalismo
extraordinario. El frío mármol parece cobrar vida en manos del artista. Bernini
fue un revolucionario en muchos campos del ámbito escultórico. Para empezar,
fue el que acercó la obra al espectador, haciéndolo partícipe de la acción,
rompiendo las fronteras tradicionales del arte. Como buen barroco, gustó del
movimiento. Sus ropajes, por ejemplo, ya no caen en grandes pliegues a la
manera clásica, sino que los retuerce y deforma para incrementar el dinamismo y
la agitación. También resultan sumamente novedosas las complejas relaciones
entre la escultura y el espacio circundante. Bernini concibió muchas de ellas
para ser observadas desde un punto determinado.
La obra que nos ocupa representa la huida de
Eneas desde la ciudad ardiente de Troya descrita en el segundo libro de
Virgilio de la Eneida. Es de mármol y tiene unas dimensiones de 220 cm.
Todo gira en torno a la figura de Eneas, cuya
pose resume la de Cristo esculpido por Miguel Ángel en Santa Maria sopra
Minerva. Sujeta al anciano padre Anchises que sostiene la urna que contiene las
cenizas de sus antepasados, mientras que debajo le sigue su hijo Ascanius, que
porta el fuego del templo de Vesta (alusión a la caridad cristiana). Bernini
sigue el texto de Virgilio a la letra, donde Anchises se sienta en un solo
hombro de Eneas.
La obra fue un reto para la representación de las diferentes edades y también de la epidermis de los personajes: fuerte, enérgica y tonificada para Eneas, arrugada y flácida para Anchises, regordeta y tierna para Ascanio.
La obra fue un reto para la representación de las diferentes edades y también de la epidermis de los personajes: fuerte, enérgica y tonificada para Eneas, arrugada y flácida para Anchises, regordeta y tierna para Ascanio.
Mirando el grupo desde atrás, podemos ver
algunos rastros de inacabados en la espalda de Eneas (non finito), lo que nos
hace comprender cómo la estatua fue diseñada para estar en una posición de
pared con una vista frontal perfecta.
Bernini nunca había trabajado en un solo
bloque de mármol de ese tamaño y es probable que su padre le hubiera dado algún
consejo, un elemento que al principio hizo creer que el autor era Pietro y no
Gian Lorenzo. Aunque la composición en espiral todavía está fuertemente
influenciada por la escultura manierista, se nota el virtuosismo técnico del
joven escultor en el tratamiento de la tez, el cabello y el suelo sobre el que
descansan las figuras y su extraordinaria capacidad para inmortalizar en el
mármol la acción de los protagonistas.
El desarrollo del grupo de mármol es
vertical. Las diferentes edades de los tres personajes son evidentes, no solo
por las características de las caras o las dimensiones del cuerpo (como en el
caso del pequeño Ascanio) sino, sobre todo, por la habilidad del artista en
representar, como ya hemos indicado, la epidermis de los personajes. La obra se
colocó originalmente en la tercera habitación, denominada de Daphne, en el
centro de la pared opuesta a la otra obra maestra de Bernini, de la cual toma
el nombre la habitación, colocada entre una ventana y una puerta que
correspondía al jardín secreto hacia la pajarera. Desde 1886, la obra se exhibe
en el centro de la sala del Gladiador en la planta baja de la Galleria
Borghese.
El momento está lleno de tensión y el
artista, además de su sensibilidad, en este trabajo presenta una gran habilidad
técnica y una sorprendente capacidad para comunicarse.
Quién está delante de la obra, de hecho, no
puede dejar de identificarse, llegando incluso a vivir la escena como si fuera
también uno de los protagonistas del evento: el espectador se convierte en
parte de la acción, siente la preocupación y el peligro. Lo vejez, lo juventud
y la infancia representan el pasado, el presente y el futuro. Eneas lleva a su
padre Anchises en su hombro izquierdo y el joven Ascanio lo sigue; Anquises,
viejo, cansado y preocupado, mantiene con su mano izquierda los “keramos
troikos”, las cenizas de los antepasados, mientras Ascanio, siempre con la mano
izquierda, sosteniene el fuego eterno de Vesta, dos de los siete "pignora
imperii" u objetos que, a través de la creencia del pueblo romano,
pudieron garantizar y mantener para siempre la grandeza de Roma.
El artista ha querido enfatizar el poder del
cliente, por ello representa los dos objetos de gran significado intrínseco:
Anquises portador de la historia y las tradiciones y Ascanio, destinados a dar
lugar a un futuro “Gens Julia”, guardián del fuego sagrado Vestal. El fuego
sagrado ardía en Roma en el Templo circular de Vesta, que fue construido en
época anterior a la República romana, en el Foro romano bajo la colina
Palatina. Otros objetos sagrados estaban almacenados dentro del templo, entre
ellos el paladio (una estatua de Palas Atenea) supuestamente llevada por Eneas
desde Troya.
Las narraciones de los viajes y conflictos en
los que se ve envuelto el héroe troyano Eneas tras su precipitada huida de la
ciudad de Troya son una de las mejores muestras de la literatura épica latina.
La obra se encuentra dividida en cantos o libros, siendo doce en total. Los
seis primeros beben directamente en términos estilísticos de la
"Odisea" mientras que los seis últimos se inspiran más en la
"Ilíada" y en la resolución de los conflictos que se le plantean al
personaje.
Mientras las llamas se extendían por Troya,
los griegos masacraron a los varones adultos, violaron a las mujeres y las
esclavizaron junto con los niños. Justo antes de que ocurriera el desastre, el
príncipe Eneas, hijo de Anquises y la diosa Venus, recibió un aviso. Su primo
Héctor, que no mucho antes había muerto a manos de Aquiles, se le apareció en
sueños y le exhortó a que tomara consigo a su familia y huyera de las llamas.
Eneas reunió a los suyos, pero en el caos de la lucha perdió a su mujer Creúsa,
que fue asesinada por los invasores. El propio espíritu de Creúsa se presentó
ante Eneas y le aconsejó que se olvidara de ella y escapara cuanto antes de la
ciudad. El príncipe troyano, junto con su anciano padre Anquises, su hijo
Ascanio y un nutrido grupo de seguidores, salió de Troya por las puertas Esceas
y embarcó hacia el oeste. Llegó a la tierra de Lacio (en la actual Italia)
donde tras una serie de acontecimientos se convirtió en rey y a la vez en el
progenitor del pueblo romano, pues en esa misma tierra dos de sus
descendientes, Rómulo y Remo, fundarían la ciudad de Roma. En la República
romana tardía, los Julios Césares se decían descendientes de Julo,
alternativamente hijo de Ascanio (a su vez, hijo de Eneas) o identificado con él
mismo. Con esta ascendencia, se relacionaban con la casa real troyana y los
tempranos reyes de Alba Longa.
La epopeya de Eneas está plagada de toda
clase de obstáculos a los que el héroe consigue imponerse y superar gracias a
su tenacidad, esfuerzo y determinación. En todo momento Virgilio pretende
ensalzar a la figura de Eneas dado que en su obra lo convierte en el primer
pilar de lo que será la fundación futura de Roma.
Virgilio enriquece con la "Eneida"
el pasado mítico y legendario de Roma, relacionando a la urbe de forma casi
directa con la también casi mítica Troya y sus habitantes y, como ya hemos
dicho, convirtiendo a Eneas en el primer pilar de lo que luego será el
desarrollo de la civilización romana, idealizando al héroe y mostrándolo como
una síntesis de todos los aspectos que se consideraban positivos del pueblo
romano, ensalzando el esfuerzo y la voluntad de trabajo y superación de las
dificultades.
La Eneida (en latín, Aeneis) es una epopeya
latina escrita por Virgilio en el siglo I a. C. por encargo del emperador
Augusto con el fin de glorificar el imperio atribuyéndole un origen mítico.
Virgilio elaboró una reescritura, más que una continuación, de los poemas
homéricos tomando como punto de partida la guerra de Troya y la destrucción de
esa ciudad, y presentando la fundación de Roma a la manera de los mitos
griegos.
Virgilio trabajó en esta obra desde el año 29
a. C. hasta el fin de sus días (19 a. C.). Se suele decir que Virgilio, en su
lecho de muerte, encargó quemar la Eneida, fuera porque desease desvincularse
de la propaganda política de Augusto o fuera porque no considerase que la obra
hubiera alcanzado la perfección buscada por él como poeta.
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